17. La magia del amor
El agua me llega hasta el cuello. Y sigue subiendo. Se introduce
lentamente en mi boca y en mi nariz, y yo cierro los ojos para no ver cómo me
ahoga.
Ese día es su aniversario y a
Nube le parece curioso cómo la vida continúa su curso sin esperar a nadie. Nube
sabe que se ha quedado un poco rezagada y agradece que Martina haga lo posible
por esperarla. Quizá en parte por eso siente que su mundo se ha quedado en una
desesperante pausa, como si todo estuviera sumergido en miel y se moviera con
mucha lentitud.
Martina le ayudó a hacer los
trámites para que le permitieran trabajar desde casa durante todo un mes y
definitivamente a Nube no le gusta para nada. Ya le parecía bastante malo tener
que levantarse temprano, viajar en transporte público y relacionarse con
ciertas personas de su trabajo, pero le resulta peor tener que estar todo el
día encerrada en casa. A veces le da flojera levantarse de la cama y encender
la computadora portátil que le dieron en el trabajo, y le da más flojera tener
que hacer llamadas para atender asuntos que antes no requerían más de cinco
minutos.
Además, tiene demasiado tiempo
para pensar, demasiadas oportunidades para distraerse y una capacidad nula para
manejar su tiempo. Un día incluso tuvo que acostarse hasta la medianoche porque
en todo el día no logró concentrarse en una pequeña modificación de los planos
de un centro comercial y no fue capaz de avanzar nada. Y también está el asunto
de que debe salir a comprar algo preparado que pueda calentar en el microondas
cada día. Le consuela saber que aunque supiera cocinar su mano no la dejaría
hacerlo…
Y luego está el dolor. Esa
especie de punzada profunda que a veces hace que le den ganas de llorar. Toma
los analgésicos que le dieron, pero por algún motivo hay días en los que
parecen no ser suficientes. Una vez le llamó a Martina llorando porque no sabía
qué más hacer para calmar el dolor. Su novia no podía regresar corriendo a la
casa pero le dijo con mucha tranquilidad que calentara en el microondas la compresa
que habían comprado hace poco y se la pusiera sobre la muñeca hasta que el
dolor disminuyera. Nube comenzó a sentirse mejor mucho antes de que el calor
tocara su muñeca y se sorprendió por enésima vez de lo reconfortante que le
resultaba la existencia de Martina.
Por eso le enojó no haber podido
regalarle nada de cumpleaños y que su novia hubiera tenido que conformarse con
una tarjeta de felicitación que sacó de internet, un abrazo y un beso. Aunque a
ninguna de las dos le emocionaba mucho el asunto del cumpleaños, Nube quería
regalarle algo especial, algo que Martina pudiera llevar siempre y pensar en
ella y, de preferencia, algo que hiciera juego con el collar que le regaló en
Navidad.
Se acuesta en el sofá y se mira
el yeso durante largo rato mientras piensa en cómo pudo haber evitado terminar
así durante todo ese mes. Intenta recordar qué le pasaba por la mente cuando
tomó la decisión impulsiva de golpear su mano contra esa banca y no logra
identificarlo. Añade un granito de odio a la montaña que se ha venido formando
en su interior desde hace un tiempo. Si tan sólo fuera menos... tonta. Suspira.
Ya ni siquiera puede enojarse, posiblemente porque ya dejó atrás el momento
para hacerlo.
Por lo menos ese día, además de
ser su aniversario, también es el día programado para que le quiten el yeso. Ha
escuchado rumores sobre el momento en que eso ocurre, desde que la zona
enyesada queda más delgada hasta que el roce del viento en la parte recién
descubierta causa más dolor que la lesión. Nube no sabe si creer en alguna de
esas cosas, pero está segura de que no soportaría que algo le doliera más. De
la nada, recuerda aquella vez, hace un año exactamente, en la que Martina le
habló sobre su intento de suicidio y le dijo lo mucho que dolía... Nube menea
la cabeza de un lado a otro para desprenderse de ese pensamiento. No,
definitivamente tampoco podría soportar eso.
Comienza a quedarse dormida
cuando se abre la puerta principal y Martina entra en un torbellino de saludos.
Se acerca rápidamente al sofá y le da varios besitos que hacen que Nube suelte
risitas que en cualquier otro momento la avergonzarían.
―Lamento haber tardado. Tuve que terminar
los sketches que dejé pendientes ayer y no sabía qué más añadirles ―comenta
rápidamente mientras suelta un suspiro entre cansado y aliviado y se hace
espacio en el sofá para sentarse con Nube―. ¿Estás lista para irnos, amor?
―No te preocupes, aún es
temprano. Y ya casi estoy lista, sólo me falta cambiarme los zapatos.
―Genial. Ah, no debí haberme
sentado, ahora me costará mucho levantarme ―añade con una risita traviesa.
―Te dije que podía llegar al
hospital sola. No hacía falta que pasaras por mí.
―Tonterías ―dice Martina mientras
mueve la mano de arriba abajo para restarle importancia.
Aunque Nube agradece muchísimo el
tiempo que su novia le dedica, sobre todo porque su lesión fue un acto de
estupidez y no un accidente, a veces preferiría que no se esforzara de más. Se
levanta del sofá con mucho cuidado y mira a Martina, que sólo le dedica una
sonrisa amable y embobada que por algún motivo hace que se sonroje un poco.
―Voy por los zapatos ―dice
dándose la vuelta y encaminándose hacia la habitación.
―Sí. Mientras voy pidiendo el
vehículo y como algo.
―Vale. Por cierto, traje
manzanas. Están en la parte de abajo del refri.
―¡Genial! ¿Amarillas?
―Sí ―responde conteniendo la risa
por la casi obsesión que tiene su novia con el color de las manzanas que come―.
Ya sé que no te gustan las otras.
Escucha el “gracias” de Martina y
entra rápidamente al cuarto. Ubica los zapatos que ha elegido para llevar al
hospital y se los pone. En algún momento quiso deshacerse de ese par de zapatos
oscuros porque le parecían demasiado sencillos, pero ahora agradece que no sea
necesario abrocharlos y que no tengan agujetas, que sólo deba meter o sacar los
pies de ellos y seguir con su vida.
Cuando regresa a la sala, Martina
tiene una manzana a medio comer en la mano y su bolso colgado.
―Ya llegó el vehículo. ¿Vamos?
―Sí. ¿Puedes llevar mi teléfono
en tu bolso?
―Claro.
El trayecto hacia el hospital
resulta breve. Ese día a esa hora la gente parece estar haciendo otras cosas,
cosas que no implican estar congestionando las avenidas de la ciudad. Nube lo
agradece, aunque su agradecimiento se desvanece paulatinamente conforme se
acercan al hospital y se convierte en miedo cuando están en la sala de espera.
―Martina… ―susurra. No se ha dado
cuenta pero se ha sentado muy cerca de su novia.
―¿Qué pasa?
―Creo que tengo miedo.
―¿Miedo? ¿De qué?
―No lo sé, ¿de que me quiten el
yeso? Es tonto. Llevo todo el mes esperando este momento y ahora… Ah, tengo
miedo.
Martina le pasa un brazo por los
hombros y eso reconforta a Nube lo suficiente para dejar de temblar, aunque ni
siquiera había notado que estaba temblando.
―No va a pasar nada malo, amor. Y
yo entraré contigo para asegurarme de eso. Además, mmm, hoy es... ―hace una
pausa como para ordenar sus ideas y Nube puede ver que se le ha puesto la cara
un poco roja―. Hoy es nuestro aniversario ―dice por fin―. Y quería que fuéramos
a comer, no sé qué opinas…
A Nube la hace gracias que
Martina se sienta apenada por esas cosas. Recuerda que el año pasado la llevó a
un hotel (¡a un hotel!) aunque apenas se conocían y que no vaciló tanto cuando
se lo pidió. Le da un beso en la mejilla.
―Claro que quiero. Lamento no
poder regalarte nada de aniversario tampoco... Y… bueno, en realidad yo también
había planeado invitarte a comer, pero quería que fuera una sorpresa ―responde
riendo. No sabía que podría llegar a sentirse tan tranquila por algo así y
supone que sólo puede tratarse de la magia del amor.
Se quedan en silencio un rato,
abrazadas y tranquilas, viendo de vez en cuando a las otras personas que también
esperan que las atiendan. Nube ya no siente miedo o tal vez aún siente un poco,
pero ha quedado en segundo o tercer plano porque está pensando en un buen lugar
para ir a celebrar ese año que llevan juntas.
―Nube… ―le habla Martina después
de un rato, posiblemente luego de haberse resignado a estar ahí durante otra
hora y agradecer haber llegado temprano.
―¿Mmm?
―Quizá sería mejor que fuéramos a
un hotel.
Nube está segura de que se ha
puesto roja y tiene la necesidad de voltear hacia todos lados para constatar
que nadie les está prestando atención. No sabe qué responder. Parece que las
palabras se hubieran esfumado de su mente. Martina comienza a reírse de esa
forma transparente que a Nube tanto le gusta y Nube se ríe con ella.
―En nuestro próximo aniversario
podemos ir ―le dice con cierta sorna.
―Suena bien.
Cuando por fin llega el momento
de que la atiendan, Nube entra al consultorio con una sonrisa y agarrada del
brazo de Martina. Está calmada porque sabe que aunque le vuelva a dar miedo o
tenga mucho dolor, Martina estará allí para tomarle la otra mano y hacerla
sentir mejor. Nube está segura de que su novia jamás dejaría que le pasara nada
malo y eso es todo lo que necesita para poder seguir respirando con
tranquilidad.