viernes, 26 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 17. La magia del amor



17. La magia del amor

El agua me llega hasta el cuello. Y sigue subiendo. Se introduce lentamente en mi boca y en mi nariz, y yo cierro los ojos para no ver cómo me ahoga.


Ese día es su aniversario y a Nube le parece curioso cómo la vida continúa su curso sin esperar a nadie. Nube sabe que se ha quedado un poco rezagada y agradece que Martina haga lo posible por esperarla. Quizá en parte por eso siente que su mundo se ha quedado en una desesperante pausa, como si todo estuviera sumergido en miel y se moviera con mucha lentitud.

Martina le ayudó a hacer los trámites para que le permitieran trabajar desde casa durante todo un mes y definitivamente a Nube no le gusta para nada. Ya le parecía bastante malo tener que levantarse temprano, viajar en transporte público y relacionarse con ciertas personas de su trabajo, pero le resulta peor tener que estar todo el día encerrada en casa. A veces le da flojera levantarse de la cama y encender la computadora portátil que le dieron en el trabajo, y le da más flojera tener que hacer llamadas para atender asuntos que antes no requerían más de cinco minutos.

Además, tiene demasiado tiempo para pensar, demasiadas oportunidades para distraerse y una capacidad nula para manejar su tiempo. Un día incluso tuvo que acostarse hasta la medianoche porque en todo el día no logró concentrarse en una pequeña modificación de los planos de un centro comercial y no fue capaz de avanzar nada. Y también está el asunto de que debe salir a comprar algo preparado que pueda calentar en el microondas cada día. Le consuela saber que aunque supiera cocinar su mano no la dejaría hacerlo…

Y luego está el dolor. Esa especie de punzada profunda que a veces hace que le den ganas de llorar. Toma los analgésicos que le dieron, pero por algún motivo hay días en los que parecen no ser suficientes. Una vez le llamó a Martina llorando porque no sabía qué más hacer para calmar el dolor. Su novia no podía regresar corriendo a la casa pero le dijo con mucha tranquilidad que calentara en el microondas la compresa que habían comprado hace poco y se la pusiera sobre la muñeca hasta que el dolor disminuyera. Nube comenzó a sentirse mejor mucho antes de que el calor tocara su muñeca y se sorprendió por enésima vez de lo reconfortante que le resultaba la existencia de Martina.

Por eso le enojó no haber podido regalarle nada de cumpleaños y que su novia hubiera tenido que conformarse con una tarjeta de felicitación que sacó de internet, un abrazo y un beso. Aunque a ninguna de las dos le emocionaba mucho el asunto del cumpleaños, Nube quería regalarle algo especial, algo que Martina pudiera llevar siempre y pensar en ella y, de preferencia, algo que hiciera juego con el collar que le regaló en Navidad.

Se acuesta en el sofá y se mira el yeso durante largo rato mientras piensa en cómo pudo haber evitado terminar así durante todo ese mes. Intenta recordar qué le pasaba por la mente cuando tomó la decisión impulsiva de golpear su mano contra esa banca y no logra identificarlo. Añade un granito de odio a la montaña que se ha venido formando en su interior desde hace un tiempo. Si tan sólo fuera menos... tonta. Suspira. Ya ni siquiera puede enojarse, posiblemente porque ya dejó atrás el momento para hacerlo.

Por lo menos ese día, además de ser su aniversario, también es el día programado para que le quiten el yeso. Ha escuchado rumores sobre el momento en que eso ocurre, desde que la zona enyesada queda más delgada hasta que el roce del viento en la parte recién descubierta causa más dolor que la lesión. Nube no sabe si creer en alguna de esas cosas, pero está segura de que no soportaría que algo le doliera más. De la nada, recuerda aquella vez, hace un año exactamente, en la que Martina le habló sobre su intento de suicidio y le dijo lo mucho que dolía... Nube menea la cabeza de un lado a otro para desprenderse de ese pensamiento. No, definitivamente tampoco podría soportar eso.

Comienza a quedarse dormida cuando se abre la puerta principal y Martina entra en un torbellino de saludos. Se acerca rápidamente al sofá y le da varios besitos que hacen que Nube suelte risitas que en cualquier otro momento la avergonzarían.

―Lamento haber tardado. Tuve que terminar los sketches que dejé pendientes ayer y no sabía qué más añadirles ―comenta rápidamente mientras suelta un suspiro entre cansado y aliviado y se hace espacio en el sofá para sentarse con Nube―. ¿Estás lista para irnos, amor?

―No te preocupes, aún es temprano. Y ya casi estoy lista, sólo me falta cambiarme los zapatos.

―Genial. Ah, no debí haberme sentado, ahora me costará mucho levantarme ―añade con una risita traviesa.

―Te dije que podía llegar al hospital sola. No hacía falta que pasaras por mí.

―Tonterías ―dice Martina mientras mueve la mano de arriba abajo para restarle importancia.

Aunque Nube agradece muchísimo el tiempo que su novia le dedica, sobre todo porque su lesión fue un acto de estupidez y no un accidente, a veces preferiría que no se esforzara de más. Se levanta del sofá con mucho cuidado y mira a Martina, que sólo le dedica una sonrisa amable y embobada que por algún motivo hace que se sonroje un poco.

―Voy por los zapatos ―dice dándose la vuelta y encaminándose hacia la habitación.

―Sí. Mientras voy pidiendo el vehículo y como algo.

―Vale. Por cierto, traje manzanas. Están en la parte de abajo del refri.

―¡Genial! ¿Amarillas?

―Sí ―responde conteniendo la risa por la casi obsesión que tiene su novia con el color de las manzanas que come―. Ya sé que no te gustan las otras.

Escucha el “gracias” de Martina y entra rápidamente al cuarto. Ubica los zapatos que ha elegido para llevar al hospital y se los pone. En algún momento quiso deshacerse de ese par de zapatos oscuros porque le parecían demasiado sencillos, pero ahora agradece que no sea necesario abrocharlos y que no tengan agujetas, que sólo deba meter o sacar los pies de ellos y seguir con su vida.

Cuando regresa a la sala, Martina tiene una manzana a medio comer en la mano y su bolso colgado.

―Ya llegó el vehículo. ¿Vamos?

―Sí. ¿Puedes llevar mi teléfono en tu bolso?

―Claro.

El trayecto hacia el hospital resulta breve. Ese día a esa hora la gente parece estar haciendo otras cosas, cosas que no implican estar congestionando las avenidas de la ciudad. Nube lo agradece, aunque su agradecimiento se desvanece paulatinamente conforme se acercan al hospital y se convierte en miedo cuando están en la sala de espera.

―Martina… ―susurra. No se ha dado cuenta pero se ha sentado muy cerca de su novia.

―¿Qué pasa?

―Creo que tengo miedo.

―¿Miedo? ¿De qué?

―No lo sé, ¿de que me quiten el yeso? Es tonto. Llevo todo el mes esperando este momento y ahora… Ah, tengo miedo.

Martina le pasa un brazo por los hombros y eso reconforta a Nube lo suficiente para dejar de temblar, aunque ni siquiera había notado que estaba temblando.

―No va a pasar nada malo, amor. Y yo entraré contigo para asegurarme de eso. Además, mmm, hoy es... ―hace una pausa como para ordenar sus ideas y Nube puede ver que se le ha puesto la cara un poco roja―. Hoy es nuestro aniversario ―dice por fin―. Y quería que fuéramos a comer, no sé qué opinas…

A Nube la hace gracias que Martina se sienta apenada por esas cosas. Recuerda que el año pasado la llevó a un hotel (¡a un hotel!) aunque apenas se conocían y que no vaciló tanto cuando se lo pidió. Le da un beso en la mejilla.

―Claro que quiero. Lamento no poder regalarte nada de aniversario tampoco... Y… bueno, en realidad yo también había planeado invitarte a comer, pero quería que fuera una sorpresa ―responde riendo. No sabía que podría llegar a sentirse tan tranquila por algo así y supone que sólo puede tratarse de la magia del amor.

Se quedan en silencio un rato, abrazadas y tranquilas, viendo de vez en cuando a las otras personas que también esperan que las atiendan. Nube ya no siente miedo o tal vez aún siente un poco, pero ha quedado en segundo o tercer plano porque está pensando en un buen lugar para ir a celebrar ese año que llevan juntas.

―Nube… ―le habla Martina después de un rato, posiblemente luego de haberse resignado a estar ahí durante otra hora y agradecer haber llegado temprano.

―¿Mmm?

―Quizá sería mejor que fuéramos a un hotel.

Nube está segura de que se ha puesto roja y tiene la necesidad de voltear hacia todos lados para constatar que nadie les está prestando atención. No sabe qué responder. Parece que las palabras se hubieran esfumado de su mente. Martina comienza a reírse de esa forma transparente que a Nube tanto le gusta y Nube se ríe con ella.

―En nuestro próximo aniversario podemos ir ―le dice con cierta sorna.

―Suena bien.

Cuando por fin llega el momento de que la atiendan, Nube entra al consultorio con una sonrisa y agarrada del brazo de Martina. Está calmada porque sabe que aunque le vuelva a dar miedo o tenga mucho dolor, Martina estará allí para tomarle la otra mano y hacerla sentir mejor. Nube está segura de que su novia jamás dejaría que le pasara nada malo y eso es todo lo que necesita para poder seguir respirando con tranquilidad.

viernes, 19 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 16. La mejor decisión



16. La mejor decisión

El sol está tan cerca que siento que puedo tocarlo con los dedos. Y quema, quema, quema… Me estoy derritiendo a velocidades alarmantes.


Se ha quedado dormida en el metro. Supone que debe de estar muy cansada porque nada más justificaría haberse dormido en un recorrido de diez minutos. Fue una suerte que lograra despertarse justo cuando las puertas del vagón estaban abiertas y comenzaba a sonar la señal que indicaba que se cerrarían en breve. Sube las escaleras a toda prisa y el corazón le late tan deprisa por el esfuerzo que prefiere dedicar un par de minutos a recuperar el aliento. Se acomoda en un barandal que da hacia la calle y se concentra en las cosas que ve más allá, sonriente y tranquila porque a pesar de todo el caos que reina en la ciudad, ese lugar tiene una buena vista.

Hace unos días que la primavera comenzó oficialmente y todos los lugares que ha visitado hasta ese momento lucen llenos de vida, con los árboles mostrando sus flores y elevando sus ramas hacia el sol, y diferentes pajaritos revoloteando por doquier. Nube aprecia la primavera, en parte porque le gusta tomar fotos de las flores, y en parte porque no hace ni tanto calor ni tanto frío. Ese clima equilibrado le parece ideal para salir a caminar y contemplar el paisaje tranquilamente.

Lo único que no termina de convencerla es que el sol esté suspendido en el cielo durante tanto tiempo. Ahora, por ejemplo, ya son las 6:30 de la tarde y parece que aún le falta un rato para comenzar a ocultarse, y aunque el calor que produce ya no le hace creer que va a derretirse en cualquier momento, le sigue resultando incómodo. Quizá su problema es que se acostumbró a vivir en interiores o que antes no se tomaba el tiempo de fijarse en esos detalles. De hecho, pensándolo bien, más que incomodidad es posible que se trate de una acusada falta de costumbre a ciertos fenómenos naturales.

Suspira. Se supone que tendría que ir corriendo a su cita con el psiquiatra pero, en realidad, hace ya un par de meses que no va. Recuerda que la última vez que estuvo en ese consultorio fue poco después de su cumpleaños y que hablaron, para variar, de su padre y de cómo nunca estaba presente en los momentos que a Nube le parecían más importantes. La semana siguiente Nube simplemente decidió que ya había tenido bastante, que era muy capaz de controlar su ansiedad y que le convenía más ahorrar el dinero de la consulta para el cumpleaños de Martina. La secretaria del médico llamó varias veces durante las primeras semanas pero Nube jamás se tomó la molestia de responder y, desde luego, no se lo dijo a Martina.

Sabe que debería habérselo dicho, pero estaba segura de que Martina la regañaría por dejar el tratamiento de esa manera tan abrupta y pondría una mirada tan triste que a Nube no le quedaría más remedio que regresar. Y no quería regresar, ni en aquel momento ni ahora. De todos modos tiene que fingir que sigue yendo a las consultas y por eso sigue recorriendo el mismo camino desde su trabajo hasta esa zona y se queda en los alrededores leyendo un libro o viendo a las personas pasar.

Por fin reúne las fuerzas necesarias para salir de la estación de transporte público. Se cubre los ojos con las manos para protegerse de la luz y se queda quieta un momento decidiendo qué hará ese día. Lleva un libro en el bolso, así que podría caminar hacia el parquecito cercano, sentarse en la banca de piedra en la que ha pasado el rato las últimas semanas y enfrascarse en la historia. O también podría dar una vuelta por algunas calles que tienen varias tiendas. Incluso podría encontrar el regalo ideal para el cumpleaños de Martina porque aún no se le ocurre nada y ya sólo faltan dos semanas.

Está tan concentrada intentando tomar una decisión que sólo atina a dar un gritito ofendido cuando un hombre del doble de su tamaño la empuja al pasar a su lado. Contiene una frase altisonante, pero no puede evitar mirarlo con intensidad, como si le estuviera recordando todo su linaje familiar. Y, sorpresivamente, el hombre no sigue de largo. Se detiene después de haber dado un paso y la encara con el ceño fruncido.

―¿Tienes algún problema? ―le pregunta alzando la voz.

Nube trata de mantenerse tranquila, pero le resulta realmente difícil. El miedo se está apoderando de ella con oleadas breves e intensas. Quiere moverse y no puede. No puede hacer nada que no sea quedarse ahí parada con los ojos bien abiertos y la mirada fija en el ceño fruncido de ese hombre amenazante.

―¿Eres sorda, estúpida? Te estoy preguntando si tienes algún problema.

Nube no entiende qué está pasando. ¿Por qué ese hombre le grita de esa manera? ¿Qué le hizo ella? Ni siquiera le dirigió la palabra. Quizá lo haya mirado feo, pero eso es algo que le parece tan… insignificante. Nube llega a la conclusión de que él no tiene derecho de gritarle, de asustarla, de hacerle sentir deseos de echarse a correr y refugiarse en los brazos de Martina. Quiere decirle que se vaya mucho a la mierda, que la deje en paz, que ella no quiere meterse en problemas, pero las palabras llegan muy lentamente a su mente y es incapaz de articular cualquier cosa.

Está a punto de dar un paso hacia cualquier otra dirección cuando el hombre acorta la ya breve distancia que los separa y la agarra por el brazo, justo por encima del codo.

―Discúlpate, zorra.

Nube no sabe por qué tiene que disculparse. Y aunque lo supiera no lo haría, principalmente porque sigue sin poder pronunciar cualquier cosa. Tontamente, lo único que se le ocurre es que ese tipo le va a dejar un moretón horrible.

―Ya déjala, no te está haciendo nada. ¿O prefieres que llame a la policía?

Nube voltea hacia el lugar del que proviene la voz y se da cuenta de que un pequeño grupo de personas se ha congregado a su alrededor. No logra identificar a la que ha hablado, aunque le parece que fue una voz de mujer, pero agradece muchísimo su intervención porque finalmente el hombre la ha soltado y se ha alejado caminando a paso rápido murmurando un montón de palabras fuera de tono a las que Nube no presta mucha atención. En su cuerpo sólo queda espacio para el alivio.

Se queda parada en el mismo lugar mientras las personas que estaban esperando ver cuál sería el final de esa confrontación se alejan con cierta vacilación. Al final sólo queda una mujer y Nube supone que fue quien le dirigió esas palabras al hombre.

―Muchas gracias ―murmura. Espera de verdad que la mujer la haya oído.

―Sólo ten más cuidado ―le dice justo antes de darse la vuelta e irse hacia un destino desconocido para Nube.

Si antes del incidente Nube no sabía qué hacer, ahora la sensación ha empeorado. Tiene muchas ganas de llorar pero no quiere quedarse en el mismo lugar por temor a que otra persona intente atacarla también. Se mueve con pasos torpes hacia el parque en el que contemplaba la posibilidad de leer un libro y cuando llega se sienta en una banca que da a unas canchas de tenis. Comienza a llorar poco después, ocultando sus lágrimas lo mejor que puede. Detesta ser tan débil y siempre terminar llorando por todo y detesta también no poder defenderse.

Se da cuenta de que no está llorando de tristeza sino porque está realmente enojada consigo misma. Odia ser tan patética y necesitar que alguien la salve. Odia... Odia ser ella, ser así, y un sinfín de cosas más que ni siquiera alcanza a pensar. Repasa en su mente todas las cosas que pudo haber dicho o hecho para salir de esa situación por sí misma… Y eso sólo sirve para hacerla enojar más. Algo se está quemando en su interior y amenaza con arrasarlo todo si no logra apagar el fuego lo más pronto posible. Recuerda los días en los que se sentía lo suficientemente desesperada para acabar con su existencia. Mierda. Su maldita existencia.

Piensa en Martina, en lo bien que se siente cuando está con ella. Y luego piensa en lo inútil y miserable que es cuando está sola. Odia eso también. Odia depender tanto de su novia, lo odia… Y quiere… Agh, no sabe lo que quiere. Levanta la mano izquierda hacia el cielo y la deja caer con fuerza hasta que se golpea con la banca. El dolor le llega en forma de punzada y contiene un sollozo cubriéndose la boca con la mano sana. Ah, sí, también odia ser tan impulsiva, pero por fin el odio ha dejado de consumirla y ha sido reemplazado por puro dolor.

Supone que se ha roto la mano y lo único que logra pensar con claridad es que debe llamarle a Martina y pedirle que vaya por ella. Quiere abrazarla, perderse en su aroma y jamás volver a salir de ahí. Con mucha dificultad, logra sacar su teléfono y llamar a su novia.

―¿Todo bien, amor? ―responde inmediatamente. Es normal que sienta inquietud porque a esa hora se supone que Nube tendría que estar con el médico.

Por un momento Nube no puede hablar. Ha llorado más de lo que creía y la mano le duele tanto que incluso le cuesta respirar.

―¿Puedes… venir por mí?

―Claro, voy para allá. ¿Estás bien?

―No… creo que no.

Nube no puede ver a Martina, pero la conoce bien y sabe que su reacción ha sido asentir, colgar y salir corriendo a buscarla. Le manda un mensaje en el que le dice que está en el parque, cerca de las canchas de tenis y Martina le responde con un rápido “ok”. Nube se queda en la postura que le causa menos dolor, maldiciendo su estupidez y llorando.




Martina sale a trabajar a las 6 y pasa por Nube al consultorio a las 8 de la noche. Usualmente se queda cerca, a unos 5 minutos en transporte público, así que eso le permite llegar muy rápido al parque y encontrarse con una Nube llorosa que se aprieta una mano contra el estómago. Está pálida, sudorosa y tiembla un poco. Lo primero que Martina piensa es que le pasa algo en el estómago, pero todo se aclara cuando se acerca lo suficiente para ver por qué tiene la mano en esa postura. Se asusta, claro que se asusta. También respira profundo e intenta lucir una sonrisa. Sabe que Nube puede notar lo tensa que está, pero eso no importa en ese momento.

―¿Te puedes levantar?

Nube niega con la cabeza, débilmente. Martina cierra los ojos durante dos segundos para tratar de relajarse. Por el aspecto que ha tomado la mano de su novia, es muy probable que esté fracturada. Se pregunta qué la habrá puesto tan mal y se dice que el momento de preguntárselo llegará cuando estén en un hospital y Nube ya no sienta dolor.

―Te voy a ayudar, ¿sí? Apóyate en mí.

Nube no hace ninguna seña para responder y a Martina no le queda más remedio que tomarlo como un asentimiento. La sujeta por la cintura con mucho cuidado y le ofrece su otro brazo para que se apoye con la mano que no está lastimada. Su novia sigue llorando y ese sonido le causa una especie de desesperación que mantiene alejada con todas sus fuerzas. Debe mantener la mente clara para actuar mejor.

La lleva lentamente fuera del parque y abordan el primer taxi que pasa. Nube se desmaya justo cuando llegan al hospital.




Abre los ojos lentamente. Reconoce el olor y más o menos el lugar. Está segura de que no es la misma habitación de hospital que la de la otra vez pero la semejanza es abrumadora. Recuerda lo que pasó en su último momento de estupidez y busca su mano debajo de la sábana. Está enyesada y el dolor ha remitido considerablemente. Sus ojos buscan después a Martina y la encuentran junto a la ventana, muy cerca de su cama. Echa un vistazo a los pacientes que alcanza a ver en las otras camas y nota que todos tienen algún yeso.

―Martina… ―susurra.

Espera un par de segundos y justo cuando está a punto de volver a hablarle, su novia voltea hacia ella y le sonríe. Nube nota que parece cansada y que tiene bolsas bajo los ojos. Martina se acerca a ella y le acaricia la cabeza.

―¿Te sientes mejor? ―le pregunta suavemente.

―Mucho… Perdón por meterte siempre en estos líos.

―Está bien, es parte del encanto de estar contigo.

Se quedan en silencio unos minutos, mirándose con una sonrisa tenue. A Nube le alegra tanto haber encontrado a Martina. A pesar de los percances que han tenido, sabe que sólo ella es capaz de salvarla de sus peores momentos.

―¿Cuándo me voy de aquí?

―Mañana temprano. Dijeron que te tendrían en observación durante la noche y que luego sólo tendrías que regresar a las revisiones periódicas para ver que tu fractura se cure bien.

―¿Eso fue lo que me… pasó? ¿Una fractura?

―Sí, de un huesito de la muñeca. El doctor que te vio dijo que a veces deben quitar ese hueso, pero que eso se decidirá con el tiempo.

Nube se mira la mano, primero la palma y después el dorso. Tiene los dedos descubiertos pero el yeso le llega hasta la mitad del antebrazo y le cubre las pocas cicatrices que tiene.

―Bueno, no estuvo tan mal ―dice por fin.

―Hace un rato no pensabas lo mismo ―afirma Martina con un deje de diversión en la voz.

―No, hace rato no.

―¿Me vas a decir qué pasó esta vez? ―sus palabras son casi un susurro pero Nube puede distinguir la preocupación de su novia.

Le cuenta todo lo que pasó, aunque omite que no pensaba ir al psiquiatra ese día... y que lleva ya algún tiempo sin ir.

―Vaya… ―murmura Martina cuando Nube termina su relato―. No sabes cómo me hace enojar lo de ese tipo…

―No tienes ni idea. Me sentí tan... impotente.

―Ya no te dejaré salir sola, Nube. Es mejor que esté cerca para protegerte ―bromea.

―No suena tan mal.

Martina se ríe un poquito después de eso y se tumba en su cama para abrazarla. Le da un beso pequeño y se abraza a ella sin que le importe la molestia de la mano. Nube no tiene ninguna duda, definitivamente la mejor decisión que pudo tomar fue incluir a Martina en su vida. Es algo que no cambiaría aunque tuviera la oportunidad.

viernes, 12 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 15. La gota que derramó el vaso



15. La gota que derramó el vaso

Martina siente que algo no anda bien. No se ha puesto a pensar mucho en eso, principalmente porque ha tenido un exceso de trabajo que hace que pase la mayor parte del día ocupada fuera de casa. Por lo menos le pagan las horas extra, la comida y el vehículo en el que regresa al departamento cuando sale después de las diez de la noche. No se lo ha dicho a Nube, pero está ahorrando todo el dinero adicional para que puedan salir de viaje en su aniversario.

Ah, qué rápido pasa el tiempo. Apenas hace un parpadeo estaba enamorándose a primera vista de Nube en la azotea de aquel edificio y ahora, diez meses después, rentan su propio departamento y duermen en la misma cama. Se pueden besar todas las mañanas, caminar juntas tomadas de la mano y abrazar después de un largo día de trabajo. En realidad Martina nunca tuvo ninguna meta para el futuro, y si tuvo alguna quedó enterrada junto con las pocas ilusiones que logró acumular hasta su intento de suicidio, pero está segura de que las cosas marchan mejor de lo que jamás pudo imaginar.

Sin embargo, algo no anda bien. A veces, mientras está a la mitad de un proyecto importante, siente una especie de tristeza que no puede identificar, como si una pieza de su vida se hubiera salido de su lugar por accidente y ahora no encajara del todo bien. Intenta hacer que la pieza vuelva a la normalidad, pero no tiene ni la menor idea de cómo lograrlo. Incluso en ocasiones debe luchar para no soltar lágrimas porque no le gusta llorar de esa forma. Llorar así, sin motivo aparente, implica que ha perdido el control férreo que lleva ejerciendo sobre sus emociones desde hace casi 8 años y no puede darse ese lujo.

Hace unos días se sorprendió pasando un dedo sobre una de sus cicatrices y meditando sobre lo fácil que resulta abrirse la piel. Si ella se sintiera realmente mal y odiara mucho su existencia podría tomar un cuchillo, una navaja, un pedazo de vidrio o cualquier objeto punzante y acabar con todo. Le asustó tanto volver a tener ese tipo de pensamientos que intentó no voltear a verse el brazo y comenzó a usar manga larga incluso en su propia casa. Y le sorprendió tanto ese miedo levemente irracional que sólo pudo llegar a la conclusión de que de verdad le había agarrado cariño a la vida.

Antes de conocer a Nube sólo estaba de paso, como invitado más que como actor, o tal vez como actor, pero uno de esos de relleno que sólo aparecen en el fondo de las escenas haciendo algo intrascendente. Cumplía con lo que se esperaba de ella, fingía que todo era maravilloso y miraba el techo desnudo de la habitación que compartía con una amiga mientras pensaba que ya era hora de que todo eso llegara a su fin. Esperaba el momento de su muerte sin mover ni un solo dedo para acercarse a él y está segura de que tampoco habría hecho esfuerzo alguno por alejarse si se le cruzaba en el momento más inesperado. Pasaría lo que tendría que pasar y si su destino era morir atropellada por un coche que se pasó un alto… bueno, estaría bien.

Pero ahora no puede ver las cosas de ese modo. No deja de esforzarse ni un solo minuto, ni siquiera cuando está sentada a lado de su novia viendo un programa de televisión. No deja de pensar en todo lo que les hace falta en la casa, en si algún día lograrán ahorrar lo suficiente para comprar un departamento propio o un pedazo de tierra en el que puedan construir algo que se adapte a sus gustos y necesidades, en si podrá hacerse de tiempo libre para aprender alguna receta especial para Nube. La quiere tanto que desearía poder darle todo lo que le quitó pidiéndole que se fuera a vivir con ella.

Sabe que Nube no lo ve del todo como una pérdida y, sobre todo, sabe que no le echa la culpa de nada. Pero no puede evitar sentirse poca cosa en ciertas ocasiones, como cuando Nube le cuenta sobre la casa de sus padres, los viajes que ha hecho o los coches que le han regalado. Y supone que la gota que derramó el vaso que contenía esa sección de sus inseguridades fue conocer a su amiga Pamela, oírlas hablar y ser plenamente consciente de las cosas a las que la hizo renunciar para estar con ella.

Ha pasado más de un mes de ese asunto, pero le sigue causando incomodidad. Es como si tuviera una espina enterrada en la planta del pie y no pudiera librarse de ella. Es como… como culpa y miedo al mismo tiempo, aunque no sabría decir cuál de las dos sensaciones le pesa más en el pecho. Cree que lo que de verdad pasa es que le aterra no ser capaz de hacer a Nube completamente feliz y que al final ella decida que el tiempo que han pasado juntas ha sido una bonita distracción pero que no ha servido de nada más. No quiere eso, no quiere que Nube la descarte y luego la olvide.

Su novia no se lo ha dicho, y es posible que tampoco se haya dado cuenta, pero hace un tiempo que ha recobrado un poco de la melancolía que identificó en ella cuando se conocieron. Quizá a ella también le afectó el día de su último cumpleaños, aunque de otra forma. No se lo ha preguntado. Por algún motivo, que quizá se relaciona con el miedo de perderla, le provoca cierto recelo abordar ese tema. Le asusta perder el control, hablar de más y hacerla llorar. No quiere que llore, no por su culpa. También la quiere demasiado para eso.

De la nada recuerda que cuando era niña pasaba muchas horas jugando con muñecas de tela del tamaño de su mano, una de cabello rojo y otra de cabello amarillo. Las metía en una casita que su hermano había conseguido quién sabe dónde y cuyos únicos muebles eran una camita con una sábana rosada, una mesa con tres sillas y un sillón. Le gustaba pretender que llevaban una vida feliz, que cosechaban su propia comida y que no necesitaban nada del mundo exterior. A veces a Martina le gustaría que la vida fuera así… sólo Nube y ella, alejadas de todo, felices en su propia burbuja.

Sabe que es una pretensión infantil y que es completamente imposible, pero no pierde nada imaginando posibles futuros alternativos para ellas dos. En uno de esos futuros ambas son viejitas y están cansadas y Martina ha hecho a Nube muy feliz durante muchos años. Siempre que piensa en eso siente que el pecho se le llena de felicidad y se ríe de forma irreverente porque no hay nada que desee con más intensidad. Sólo quiere que estén en paz durante todo el tiempo que sea necesario.

―¿Todo bien? ―le pregunta, cerrando el libro que lleva un rato leyendo y dejándolo sobre su regazo― Tenías una expresión de preocupación y de repente comienzas a reírte. ¿Ya te dije que eres un poco rara?

A Martina le alegra mucho ver esa expresión divertida en los ojos de Nube y una enorme sonrisa dibujada en su cara. La melancolía sigue allí, escondida y seguramente a la espera de un mejor momento para salir a flote, pero Martina cree que es el momento ideal para combatirla. No quiere que Nube sea infeliz y espera jamás tener que separarse de ella, así que hará todo lo que esté en sus manos para evitarlo.

―Pensaba que deberíamos comprar un aire acondicionado ―miente después de meditarlo media milésima de segundo. Es la primera cosa que se le viene a la mente y es una verdadera tontería, pero no hay anda que pueda hacer para remediarlo.

―¿Un aire acondicionado? ¿No es demasiado pronto para eso?

―Para nada. Ya casi comienza la primavera y no quiero que estés quejándote de que no puedes dormir por el calor ―bromea Martina. El peso que sentía en el pecho, esa molestia que comenzaba a pensar que jamás se iría, se ha alejado un poco. La pieza que estaba fuera de su lugar ha vuelto a donde debía estar, por lo menos momentáneamente. No sabe cómo se han acomodado tan bien las cosas pero no tiene previsto perder el tiempo pensando en eso.

―¿Cuándo he siquiera insinuado que…? ―Nube se interrumpe al darse cuenta de que Martina se está burlando de ella. Ver su sonrisa sincera y escuchar su risa transparente le provoca una calidez en el pecho que hace poco temió no volver a sentir. Pero ahí está, más presente que nunca, y agradece mucho haber tomado la decisión más impulsiva de su vida porque resultó ser la mejor―. Te quiero tanto, Martina ―le dice echándose en sus brazos y dejando que Martina le dé varios besos en la cara. No sabe por qué esas palabras han salido de sus labios con un tono de voz tan urgente, ligeramente necesitado y patético, pero no le da mucha importancia. Lo importante es que están juntas, y todo está bien y son felices.

El libro se cae al piso y ninguna de las dos le presta atención porque están ocupadas quitándose la ropa con una desesperación que casi duele.

viernes, 5 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 14. Las primeras veces son difíciles



14. Las primeras veces son difíciles

La vida pasa en un parpadeo, demasiado rápido para que pueda sujetarla. Los minutos se diluyen hasta que son tan líquidos que se escapan entre mis dedos y caen irremediablemente a un vacío que ni siquiera se me ocurre pisar. Todo continúa, sigue su ciclo. Algunas cosas perduran y otras simplemente se desvanecen en la estela del tiempo. Y yo... yo desearía desvanecerme también.




Abre los ojos y se incorpora de golpe, asustada y desconcertada. El corazón le late muy deprisa, tiene un gusto amargo en la boca y la luz le da de lleno en la cara de una forma tan molesta que se ve obligada a parpadear repetidamente. No es la mejor manera de despertar y casi se siente incapaz de enfrentar ese nuevo día, así que se da ánimos, cuenta hasta tres y se levanta de la cama. Nota que Martina no estaba a su lado momentos antes cuando va de camino al baño y, por algún motivo que no se detiene a pensar, aunque cree que tiene que ver con el malestar que la embarga, ignora la cuestión.

Mira el reloj y siente un deje de preocupación cuando se da cuenta de que se le ha hecho tarde. ¡Y en jueves! No sabe por qué pero le irrita mucho que esas cosas le pasen justamente en jueves. Y, lo peor, en su cumpleaños. El simple hecho de imaginarse a sus compañeros de trabajo comprando un pastel y obligándola a apagar las velitas hace que se le revuelva el estómago. Suspira. No sabía que era tan amargada. De hecho, si le preguntaran, ella diría que es una persona afable, así que no entiende por qué se siente tan desazonada ese día. Quizá es que conforme pasan los años uno se siente menos dispuesto a celebrar ciertas cosas…

Hace memoria y se da cuenta de que no recuerda cuándo le comenzó a desagradar esa fecha, pero tiene la idea, posiblemente equivocada, de que fue cuando aún era una niña y su padre faltó por primera vez a la fiesta que su madre había organizado. No alcanza a recordar si cumplía diez u once años, pero sí tiene muy claro que se encerró en el baño a llorar y Pamela estuvo con ella todo el rato esperando a que se calmara, probablemente porque su madre la mandó a cumplir esa misión. Y después de esa ocasión la ausencia de su padre se volvió más bien una costumbre (mucho trabajo, desde luego) y Nube nunca volvió a sentir la emoción de celebrar el día de su nacimiento porque, en realidad, es algo que no tiene nada de especial.

De todas maneras ese día se siente… diferente. Más desanimada de lo habitual en esa fecha, algo así como enojada con el mundo. Y eso le parece raro porque resulta que en ese momento de su vida es feliz e incluso tiene a alguien que sabe que no le fallará. Quizá le molesta que a Martina le haga tanta ilusión su cumpleaños. Claro que al principio a Nube le pareció bien, principalmente porque quería complacerla, pero luego las cosas se fueron tornando incómodas. Cada vez que Martina le hacía alguna pregunta sobre el mágico día de su cumpleaños, Nube intentaba recordar que Martina tuvo el bonito detalle de darle una cena de Navidad a pesar de detestar la fecha y la tradición para así no responderle de una manera desagradable.

―¡Feliz cumpleaños, amor!

El entusiasmo de Martina la toma por sorpresa y la saca de sus pensamientos de una forma tan abrupta que da un respingo y luego se queda congelada en el mismo sitio durante unos segundos. Cuando se recupera, respira profundamente, se recuerda lo buena que es Martina y lo mucho que la quiere, y esboza una sonrisa que, está segura, no refleja la felicidad que se supone debería sentir.

―Gracias, Martina. Aunque ya te dije que no es nada especial.

―¿Cómo no va a serlo? No se cumplen 24 años todos los días.

―No, supongo que no ―responde con voz débil.

A Nube se le hace un nudo en el corazón cuando Martina se le acerca y le da un beso en la frente y un abrazo largo. Y el nudo se aprieta más cuando se da cuenta de que, por primera vez, el abrazo no la reconforta de ninguna manera. De hecho, le causa cierto malestar que ella atribuye a que está viviendo en ese día en específico. Ah, claro, otra secuela de la vida con su padre. No olvidará hablar de eso con el psiquiatra en su siguiente cita.

Nube recuerda la hora, decide que ya ha desperdiciado mucho tiempo y deshace el abrazo con cierta prisa. Le regala una sonrisa forzada a su novia y vuelve a dirigirse al baño para comenzar con la rutina de cada día.

―Es que voy tarde al trabajo ―se excusa justo antes de cerrar la puerta con seguro.

Martina se queda parada en el mismo lugar sin saber muy bien qué hacer o qué decir. No entiende qué está pasando, sólo sabe que Nube está es un humor extraño y que posiblemente eso se relaciona con su cumpleaños. Intenta no tomárselo personal, no sentirse herida por esa especie de desprecio, y lo mejor que se le ocurre es fingir que todo está bien y actuar con normalidad. Sin embargo, no es capaz de acercarse a despedirse y lo hace desde la puerta, sin el beso reglamentario, y enfocándose en lo que tiene preparado para la tarde.

Nube no entiende por qué pero comienza a llorar mientras el agua le resbala por la espalda. Esta vez el llanto no es de tristeza, ni de miedo, ni de desesperación. Llora porque está enojada, porque odia ese día y el hecho de haber nacido y quisiera no… Escucha que Martina se despide y se esfuerza por romper su línea de pensamiento y gritarle que se cuide. No la besó y una parte de su mente es plenamente de consciente de ese detalle.

En un acto instintivo, golpea la pared del baño con el puño. El dolor que le causa el golpe es suficiente para que se calme y le permite preguntarse por qué se siente tan mal, tan inestable, tan frustrada y enojada. No tiene ninguna respuesta, pero por lo menos ahora trata de darse ánimos diciéndose que en realidad nunca antes había odiado tanto su cumpleaños y que esa actitud debe comenzar después de los treinta. Aún es demasiado joven para amargarse así. Debería estar alegre porque Martina está con ella y porque está viviendo una vida mejor que la que tenía cuando su padre la controlaba.

Los pensamientos positivos funcionan y logra terminar su baño, vestirse y salir corriendo al trabajo. Se le ha hecho tarde, posiblemente tenga que aguantar felicitaciones y un pastel de cumpleaños, pero con suerte alguien le regala algo que le sea útil.



Martina está nerviosa. Es la primera vez que organiza algo parecido a una fiesta y cree que todo quedó de maravilla a pesar de su falta de experiencia y de la prisa con la que tuvo que acomodar los globos y los pastelitos. Se fija en la hora y trenza las manos nerviosamente. En teoría, Nube debe llegar en unos 20 minutos, aunque Martina tiene contemplado un retraso porque en el trabajo deben haberla felicitado también. Nube nunca le cree cuando le dice que es fácil quererla y que todas las personas la aprecian mucho, pero es cierto. Nube tiene ese don.

Por un momento, recuerda la escena de la mañana. Intenta no pensar en ello detenidamente porque, aunque ha prometido no tomárselo personal, siente que le duele una parte del corazón. Se dice que Nube no pretendía ser tan fría con ella, que simplemente estaba estresada porque no le gusta esa fecha... Se dice muchas cosas tontas para que los ojos no se le humedezcan porque Nube nunca la había tratado de esa forma y las primeras veces siempre son difíciles.

La puerta se abre silenciosamente y Martina se lleva un susto de muerte que trata de disimular tras una sonrisa complaciente. Y entonces entra una mujer que no conoce, un poco más bajita que ella, de cabello lacio y negro que no combina para nada con sus ojos verdes. Se regaña por fijarse tanto en ella pero es que no esperaba eso… Escucha la voz de Nube diciéndole que no espere la gran cosa de su casa.

Martina alcanza a ver a Nube, que ha entrado justo detrás de la mujer que no conoce, y la saluda con un débil y vacilante gesto de la mano. Nube le responde alzando las cejas en una seña que no logra interpretar.

―No importa, no importa. Igual y hasta puedo darte unos consejos de diseño ―habla la mujer.

―No te traje para que trabajaras ―dice entonces Nube con una inflexión que Martina jamás le había escuchado. Y mientras trata de reprimir una punzada de… ¿celos? se dice que no es posible conocer completamente a alguien en poco más de 8 meses… De entre todo lo que se le ocurre, termina por preguntarse qué otras cosas de Nube le faltan por conocer.

―No, me trajiste porque te obligué ―responde la mujer con una sonrisa que indica claramente que se ha salido con la suya.

Martina no tiene ni la menor idea de qué debe hacer ahora, así que espera que Nube haga algo.

―Ah, Pamela, esta es Martina.

―Hola, mucho gusto, Nube me ha hablado mucho de ti.

―Eh, hola. Yo… ―se queda callada. Siempre se consideró una persona capaz de manejar todo tipo de situaciones pero eso la ha sobrepasado. Y es que le resulta tan… molesto. Se suponía que sería una celebración para las ellas dos y... Ah, ni siquiera puede pensar correctamente.

―Mira, esto parece una fiesta de cumpleaños ―señala Pamela y Martina se pone roja porque olvidó gritar el “felicidades” que tanto había ensayado mentalmente.

Nube se fija en la mesa llena de pastelitos con diferentes coberturas, en los globos azules, su color favorito, en las decoraciones hechas a mano y en el letrero de “feliz cumpleaños Nube” que ocupa toda la pared de la sala. Se fija en la expresión confusa de Martina y se siente mala persona por haberla ignorado en la mañana y por haber cedido ante la presión de Pamela. El día no fue tan malo como esperaba y... no debió comportarse así. Sin planearlo realmente, esconde de Martina la mano con la que golpeó la pared del baño.

―Muchas gracias, Martina ―le dice acercándose a ella y dándole un beso casto en los labios―. Esta es Pamela, es mi amiga de la infancia. Ella fue la que me dijo que estaba loca por venirme a vivir contigo aunque apenas nos conocíamos.

Pamela se echa hacia atrás el cabello y luego se alza de hombros. Martina no puede evitar soltar una risa torpe.

―¿Ya te dije que me obligó a traerla hoy? Ni siquiera sé cómo supo dónde trabajo.

―Es fácil si tienes a quien preguntarle ―responde Pamela de manera diplomática con cierto brillo de diversión en los ojos.

―Claro, tiene sentido.

Las dos amigas se ríen al mismo tiempo y Martina las observa detenidamente. En definitiva no le gusta esa familiaridad y se tiene que repetir que se conocen desde niñas para lograr sacarse momentáneamente la espina de eso que ha identificado como celos. Suspira. Es la primera vez que siente celos y, como ya había concluido antes, las primeras veces son difíciles, así que no le queda más que intentar pensar en otra cosa, apretar los dientes a ratos y sonreír. Después de todo, ella es la que duerme con Nube, no Pamela. Y también es ella la única que puede reclamar su atención.

En un acto de posesión que en el fondo le avergüenza, toma la mano de su novia y la lleva hacia la mesa con el pretexto de mostrarle los sabores de todos los pastelitos que compró. Pamela las sigue poco después pero Martina cree que con eso ha dejado claras las cosas. Qué pena, el amor puede hacer que uno se vuelta tan tonto.

viernes, 22 de diciembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 13. Querer es poder



13. Querer es poder


Hace frío y Nube casi extraña el calor que hacía en la playa dos semanas antes. No recuerda haber pasado tanto frío en su vida y se pregunta si será cierto que el mundo se está calentando y eso está haciendo que las estaciones cambien y que el clima sea más extremo. Quizá se trata sólo de su imaginación o de que el calentador que compraron no abarca toda la habitación. De cualquier manera, ese es parcialmente el motivo por el que Martina y ella han decidido arrebujarse en el sofá y celebrar la Navidad viendo comedias románticas y comiendo palomitas de maíz.

Nube tuvo la idea de celebrar el ritual de la cena porque era una tradición que tenía lugar en su casa cada año, invariablemente, sin importar el estado de las relaciones de los invitados, pero Martina alegó que ninguna de las dos sabía cocinar y que, más importante, hacía mucho frío para sentarse en el comedor sólo por cumplir con un compromiso social.

―¿Entonces tú nunca has celebrado la Navidad? ―le había preguntado Nube, mitad sorprendida y mitad ofendida porque a ella, dentro de todo, no le parecía simplemente un compromiso social. Su pensamiento podía sonar como comercial de licores, pero de verdad creía que la Navidad era un momento para estar con los seres queridos y compartir buenos momentos con ellos, especialmente si no tenían la oportunidad de hacerlo con frecuencia. Aunque ella y Martina se vieran todos los días, de todas maneras le hacía cierta ilusión que compartieran algo así, una especie de lazo familiar.

―Alguna vez. Mis padres hacen una cena a la que invitan a media familia, pero a mí me dejaron de interesar esas cosas ―había respondido alzándose de hombros y esbozando una sonrisa ligeramente apenada, quizá porque percibía que a Nube no le hacía mucha gracia esa conversación, pero sin dejar de denotar hastío en la voz―. Creo que viene del tiempo en que perdí las esperanzas en la vida. O quizá nunca me haya gustado tanto, no lo sé, no lo recuerdo. Pero creo que hasta me pone de mal humor ver gente feliz sólo por una celebración que ocurre cada año.

“Lo mismo pasa con los cumpleaños”, quiso rebatir Nube, sobe todo teniendo en cuenta que Martina se la había pasado hostigándola la última semana porque se acercaba enero, sería su cumpleaños y quería ideas de regalos. No había parado de interrogarla sobre cómo solía celebrar, los regalos que más le gustaban y si le parecían bien las fiestas sorpresa, todo jurando que ella jamás organizaría una.

―Oh, bueno ―había dicho Nube al final, con un suspiro un poco decepcionado, porque no se le había ocurrido qué más añadir sin sentir que estaba echando a perder algo. Después de todo, era normal que Martina se sintiera así, ¿no? Y si Martina se sentía incómoda en la Navidad, ¿quién era ella para exacerbar ese sentimiento? Ya vendrían otras festividades que sí podrían celebrar y el hecho que no hicieran cena no quitaba que pasaran ese tiempo juntas.

Así que en esa conversación habían decidido, a pesar de las diversas soluciones que se le ocurrieron a Nube para superar el obstáculo de no saber cocinar y que, desde luego, no sacó a relucir, que si lo importante de la Navidad era pasar tiempo en familia, entonces ellas podrían sencillamente sentarse a ver el televisor. Con esa idea Martina sí había estado de acuerdo, o por lo menos se había mostrado menos desanimada y había recuperado su estado de despreocupación habitual.

En ese preciso momento a Nube le hace muy feliz esa decisión porque gracias a eso trae puesta la ropa más calientita y pachoncita que tiene y se ha echado encima una cobija que las mantendrá a una buena temperatura durante toda la noche. Además, le causa cierto cosquilleo en el estómago que esa sea su primera Navidad con Martina y también que pueda hacerla cambiar de opinión para el año siguiente. Tiene la idea de que a Martina simplemente le hace falta recordar el espíritu navideño, y hasta le ha comprado un regalito y lo ha guardado muy bien para ayudar a esa causa.

No puede evitar soltar una risita. Es increíble cómo últimamente las cosas más pequeñas pueden hacerla feliz. Tiene la idea de que nunca antes le había pasado eso y lo atribuye inmediatamente, ¿por qué no?, al amor.

―¿Qué es gracioso, cariño? ―pregunta Martina, que va saliendo de la cocina con dos tazas de chocolate de caliente, una en cada mano. Camina con mucho cuidado para no derramar nada y, por fin, las coloca totalmente indemnes en la mesita de centro―. Te estabas riendo.

―Nada, es la Navidad que está en el aire ―dice Nube para ocultar su pequeño secreto, aunque en parte es verdad. Esa época del año tiene un aroma particular, algo así como a libertad, que hace que cualquier persona se ponga de buen humor… Bueno, cualquier persona excepto Martina, al parecer.

Martina se ríe de la manera transparente y simple que acostumbra y le da un besito en la mejilla.

―Eres tan linda.

Nube se sonroja y no es capaz de responder durante algunos segundos. Cuando por fin recupera la capacidad del habla, se da cuenta de que Martina está de nuevo en la cocina.

―¿Se te olvidó algo? ―le grita. Luego piensa que la respuesta obvia es que olvidó hacer las palomitas y ha regresado a eso, así que realmente se sorprende cuando Martina sale de la cocina haciendo equilibrio de nuevo, pero esta vez con dos platos que traen un guisado de pavo―. Martina… ¿eso es…?

―La cena de Navidad que querías. Pero no creas que vamos a sentarnos en el comedor con ese frío. Nos quedamos aquí ―responde con un falso tono de regaño que hace que Nube sonría mucho.

―Creí que en serio no te gustaba esto.

―No me gusta. Pero si a ti sí ―se alza de hombros―. ¿Quién soy yo para quitártelo?

Nube mira el plato que Martina ha colocado frente a ella y se detiene a apreciar las rebanas de pavo, el relleno de carne molida y la ensalada sencilla. Entonces mira a Martina y al plato de nuevo y por alguna razón no puede contener las lágrimas. Ni siquiera se pregunta cómo pudo esconderle algo así si estuvo en la casa todo el día.

Martina no entiende por qué llora Nube, pero no importa. La abraza con suavidad y le da besos pequeños en la cabeza. En realidad sí detesta la Navidad, incluso podría decir que es una de las pocas cosas que odia de verdad, posiblemente porque todos le dan una importancia exagerada, pero no le gustó para nada ver la desilusión en los ojos de su novia cuando le dijo que la celebración no era más que un compromiso. Quizá para muchas personas no es más que eso, pero para ellas dos podría representar algo diferente.

―Vamos, no quieres que se te enfríe, ¿o sí? ―le dice con suavidad.

Nube se aparta de Martina, se seca las lágrimas, vuelve a mirar el plato y le dedica una sonrisa que no puede representar otra cosa que no sea felicidad.

―Espera, espera. Yo también tengo algo para ti.

Nube se levanta y corre hacia la habitación mucho antes de que Martina pueda protestar. También regresa rapidísimo, como si sólo hubiera ido de paso, pero trae un paquetito entre las dos manos y lo lleva de la misma manera que se carga un objeto muy valioso.

―Para ti ―declara con una risita ofreciéndole el paquetito a Martina.

Martina vacila durante medio segundo y ruega que no se le note el sonrojo. No esperaba recibir un regalo… no hasta su cumpleaños, que es algo que siempre le ha parecido digno de celebrar porque uno no puede dejar pasar los años así como así. Se enfoca en la cajita y nota claramente  que Nube la envolvió, lo cual hace que Martina suelte una risita. Por fin abre la caja y... le encanta, simplemente le encanta.

―¿Cómo sabías que me gustaban las mariposas? Creo que nunca te lo había dicho ―pregunta, sinceramente sorprendida, sinceramente halagada. Nube ha tenido la fantástica idea de regalarle un collar de plata con un dije de una mariposa de alas negras. Se lo cuelga inmediatamente y le encanta lo bien que encaja con ella.

―Tuve esa impresión. A veces te quedas viendo por la ventana y, bueno, supuse que era eso.

Martina le sonríe cálidamente y Nube le corresponde. No llevan mucho tiempo juntas pero es increíble lo rápido que progresa todo, lo fácil que resulta y lo bonito que les parece a ambas.

―Vamos a comer, Martina, que se nos va a enfriar el pavo.

―Yo creo que ya se enfrió un poco.

―Bueno, pues no importa, que esté frío no quita que sea pavo.

―Sabes que puedo ir a calentarlo, ¿verdad?

―No, hace demasiado frío para que te alejes de mí. El otro año comeremos algo más caliente ―amenaza Nube con una sonrisilla que indica que habla en serio.

Martina no puede hacer nada que no sea reírse. Está bien. El otro año estarán juntas y tendrán una cena de verdad, en el comedor en vez del sillón, y quizá hasta comerán algo que ambas hayan preparado en casa. Tendrán que trabajar mucho para aprender a hacer platillos tan complicados pero no importa, dicen que querer es poder y ellas quieren mucho.

Se sientan muy juntas en el sofá y comienzan a comer su pavo ligeramente frío y a beber su chocolate que ya está más bien tibio. Están viendo la tercera película de la velada cuando da la medianoche y comienza de verdad la Navidad pero ninguna de las dos se da cuenta porque están muy ocupadas abrazándose, compartiendo besos ocasionales y sintiendo que nada podría hacerlas más felices que la prolongación eterna de ese momento.